lunes, 15 de noviembre de 2010

Bula Papal Sublimis Deus

LA BULA SUBLIMIS DEUS DE PABLO III

A todos los fieles cristianos que lean estas letras, salud y bendición apostólica. El Dios sublime amó tanto la raza humana, que creó al hombre de tal manera que pudiera participar, no solamente del bien de que gozan otras criaturas, sino que lo dotó de la capacidad de alcanzar al Dios Supremo, invisible e inaccesible, y mirarlo cara a cara; y por cuanto el hombre, de acuerdo con el testimonio de las Sagradas Escrituras, fue creado para gozar de la felicidad de la vida eterna, que nadie puede conseguir sino por medio de la fe en Nuestro Señor Jesucristo, es necesario que posea la naturaleza y las capacidades para recibir esa fe; por lo cual, quienquiera que esté así dotado, debe ser capaz de recibir la misma fe: No es creíble que exista alguien que poseyendo el suficiente entendimiento para desear la fe, esté despojado de la más necesaria facultad de obtenerla de aquí que Jesucristo que es la Verdad misma, que no puede engañarse ni engañar, cuando envió a los predicadores de la fe a cumplir con el oficio de la predicación dijo: ''Id y enseñad a todas las gentes'', a todas dijo, sin excepción, puesto que todas son capaces de ser instruidas en la fe; lo cual viéndolo y envidiándolo el enemigo del género humano que siempre se opone a las buenas obras para que perezcan, inventó un método hasta ahora inaudito para impedir que la Palabra de Dios fuera predicada a las gentes a fin de que se salven y excitó a algunos de sus satélites, que deseando saciar su codicia, se atreven a afirmar que los Indios occidentales y meridionales y otras gentes que en estos tiempos han llegado a nuestro conocimientos -con el pretexto de que ignoran la fe católica- deben ser dirigidos a nuestra obediencia como si fueran animales y los reducen a servidumbre urgiéndolos con tantas aflicciones como las que usan con las bestias.
Nos pues, que aunque indignos hacemos en la tierra las veces de Nuestro Señor, y que con todo el esfuerzo procuramos llevar a su redil las ovejas de su grey que nos han sido encomendadas y que están fuera de su rebaño, prestando atención a los mismos indios que como verdaderos hombres que son, no sólo son capaces de recibir la fe cristiana, sino que según se nos ha informado corren con prontitud hacia la misma; y queriendo proveer sobre esto con remedios oportunos, haciendo uso de la Autoridad apostólica, determinamos y declaramos por las presentes letras que dichos Indios, y todas las gentes que en el futuro llegasen al conocimiento de los cristianos, aunque vivan fuera de la fe cristiana, pueden usar, poseer y gozar libre y lícitamente de su libertad y del dominio de sus propiedades, que no deben ser reducidos a servidumbre y que todo lo que se hubiese hecho de otro modo es nulo y sin valor,[asimismo declaramos que dichos indios y demás gentes deben ser invitados a abrazar la fe de Cristo a través de la predicación de la Palabra de Dios y con el ejemplo de una vida buena, no obstando nada en contrario.
Dado en Roma en el año 1537, el cuarto día de las nonas de junio (2 de junio), en el tercer año de nuestro pontificado.

Sermon de Montesinos

Primer Sermón
El domingo 21 de diciembre de 1511, cuarto domingo de Adviento, cuando se lee el pasaje del Evangelio de San Juan, donde dice: «Yo soy una voz que clama en el desierto» (Jn 1, 23), fray Antonio Montesino subió al púlpito, como portavoz de la primera comunidad de dominicos en el Nuevo Mundo, Santo Domingo, para pronunciar el sermón preparado previamente y firmado por todos los frailes. Sermón conocido como el «Sermón de Adviento»:
Ego vox clamantis in deserto
«Para os los dar a cognoscer me he sobido aquí, yo que soy voz de Cristo en el desierto desta isla; y, por tanto, conviene que con atención, no cualquiera sino con todo vuestro corazón y con todos vuestros sentidos, la oigáis; la cual será la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura y más espantable y peligrosa que jamás no pensasteis oír». «Esta voz [os dice] que todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué auctoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muerte y estragos nunca oídos habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades [en] que, de los excesivos trabajos que les dais, incurren y se os mueren y, por mejor decir, los matáis por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine y cognozcan a su Dios y criador, sean baptizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? Estos, ¿no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos? Tened por cierto, que en el estado [en] que estáis no os podéis más salvar que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo».

Primera Comunidad de Dominicos en América[4]
El «Sermón de Adviento» fue el primer grito de justicia que se escuchó en el Nuevo Mundo, por boca de un fraile dominico. Fray Antón Montesino lanzó la primera denuncia y protesta contra los explotadores de los indígenas, sin tener en cuenta que, como recién llegados, necesitaban del apoyo y la amistad de los conquistadores y las autoridades de la Isla La Española, les enrostró su conducta anticristiana, les puso de presente la dignidad humana de los nativos y les reclamó su responsabilidad de cristianos.

Biografia de Antonio de Montesinos

Biografía
Antonio Montesino ingresó en la Orden de Predicadores en el Convento de San Esteban de la ciudad de Salamanca, donde realizó todos sus estudios. Al concluir su año de noviciado hizó su profesión como religioso dominico el 1 de julio de 1502. Posteriormente, al terminar sus estudios de teología y ya ordenado sacerdote fue asignado al Real Convento de Santo Tomás de Avila en 1509, de reciente construcción, en compañía de fray Pedro de Córdoba, fray Bernardo de Santo Domingo, fray Tomás de Fuentes y fray Domingo Velázquez .

En 1510 formó parte del primer grupo de misioneros dominicos que se embarcaron con destino al Nuevo Mundo, luego de obtener la Real Cédula con fecha de 11 de febrero de 1509, que les concedía el pase a Indias de 15 religiosos y 3 personas laicas. El primer grupo de dominicos conformado por fray Antonio de Montesinos, fray Pedro de Córdoba, fray Bernardo de Santo Domingo y fray Domingo de Villamayor, arribó al puerto de Ozama, Santo Domingo, Isla La Española, en los postreros días del mes de septiembre de 1510. En sucesivas expediciones llegaron los demás religiosos hasta completar el número de 15 frailes.

Riguroso religioso observante de gran virtud y de sólida y sobresaliente energía, se preocupó en defender con gran valor a los indios. Predicó por encargo de su comunidad religiosa los famosos sermones del 21 y 28 de diciembre de 1511. Regresó a España en 1512 para informar al rey sobre la doctrina que defendían los dominicos en la Isla La Española. Trabajó como misionero en la Isla La Española y en la Isla de San Juan (Puerto Rico), donde se quedó gravemente enfermo en la primera expedición de los dominicos a Tierra Firme (Venezuela) en 1514, para regresar después a la ciudad de Santo Domingo, luego de haber fundado un convento en 1515. Viajó de nuevo a España por septiembre de 1515, en negocios de su comunidad. En 1521 fundó un convento en la ciudad de San Juan Bautista de la Isleta, junto a otros cuatro religiosos de su Orden, base de la primera universidad en Puerto Rico fundada en 1532. Fue el predicador en el entierro de su compañero de lucha, fray Pedro de Córdoba, el domingo 5 de mayo de 1521, fiesta de Santa Catalina de Siena, para su predicación escogió el Salmo 133 (132): «Qué bueno y agradable, cuando viven juntos los hermanos».

Finalmente, le encontró la muerte en Venezuela el 27 de junio de 1540. No se sabe con exactitud cómo murió, en el Libro Antiguo de Profesiones, al margen de la nota de su profesión, esta escrita: «Obiit martyr in Indii»; y en el mismo convento de San Esteban de Salamanca, a la entrada del refectorio, se halla rotulado por mártir Biografía
Antonio Montesino ingresó en la Orden de Predicadores en el Convento de San Esteban de la ciudad de Salamanca, donde realizó todos sus estudios. Al concluir su año de noviciado hizó su profesión como religioso dominico el 1 de julio de 1502. Posteriormente, al terminar sus estudios de teología y ya ordenado sacerdote fue asignado al Real Convento de Santo Tomás de Avila en 1509, de reciente construcción, en compañía de fray Pedro de Córdoba, fray Bernardo de Santo Domingo, fray Tomás de Fuentes y fray Domingo Velázquez .

En 1510 formó parte del primer grupo de misioneros dominicos que se embarcaron con destino al Nuevo Mundo, luego de obtener la Real Cédula con fecha de 11 de febrero de 1509, que les concedía el pase a Indias de 15 religiosos y 3 personas laicas. El primer grupo de dominicos conformado por fray Antonio de Montesinos, fray Pedro de Córdoba, fray Bernardo de Santo Domingo y fray Domingo de Villamayor, arribó al puerto de Ozama, Santo Domingo, Isla La Española, en los postreros días del mes de septiembre de 1510. En sucesivas expediciones llegaron los demás religiosos hasta completar el número de 15 frailes.

Riguroso religioso observante de gran virtud y de sólida y sobresaliente energía, se preocupó en defender con gran valor a los indios. Predicó por encargo de su comunidad religiosa los famosos sermones del 21 y 28 de diciembre de 1511. Regresó a España en 1512 para informar al rey sobre la doctrina que defendían los dominicos en la Isla La Española. Trabajó como misionero en la Isla La Española y en la Isla de San Juan (Puerto Rico), donde se quedó gravemente enfermo en la primera expedición de los dominicos a Tierra Firme (Venezuela) en 1514, para regresar después a la ciudad de Santo Domingo, luego de haber fundado un convento en 1515. Viajó de nuevo a España por septiembre de 1515, en negocios de su comunidad. En 1521 fundó un convento en la ciudad de San Juan Bautista de la Isleta, junto a otros cuatro religiosos de su Orden, base de la primera universidad en Puerto Rico fundada en 1532. Fue el predicador en el entierro de su compañero de lucha, fray Pedro de Córdoba, el domingo 5 de mayo de 1521, fiesta de Santa Catalina de Siena, para su predicación escogió el Salmo 133 (132): «Qué bueno y agradable, cuando viven juntos los hermanos».

Finalmente, le encontró la muerte en Venezuela el 27 de junio de 1540. No se sabe con exactitud cómo murió, en el Libro Antiguo de Profesiones, al margen de la nota de su profesión, esta escrita: «Obiit martyr in Indii»; y en el mismo convento de San Esteban de Salamanca, a la entrada del refectorio, se halla rotulado por mártir[2] .

Para perpetuar su memoria y su lucha por la justicia en favor de los indígenas del Nuevo Mundo, fue colocado una gran estatua suya en actitud de grito, en el paseo marítimo (Malecón) de la ciudad de Santo Domingo (República Dominicana), frente al mar Caribe. La estatua de piedra y bronce, de 15 metros de altura, diseñada por el escultor mexicano Antonio Castellanos Basich, fue donado al pueblo dominicano por el gobierno mexicano e inaugurado en 1982 por los presidentes de México y la República Dominicana.

[editar] Defensa del indio
Al poco tiempo que arribaron al Nuevo Mundo, los frailes dominicos pronto tomaron conciencia de la situación de los indios tainos, por el trato inhumano que recibían de parte de los colonizadores y encomenderos, después de deliberar en comunidad tomaron conjuntamente la decisión de denunciar públicamente. Nombraron como su portavoz a fray Antonio Montesino para pronunciar el sermón del 21 de diciembre de 1511, en contra de la encomienda y la esclavitud de los nativos. Montesino proclamó a los conquistadores «que todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes»[3] . El sermón causó el desasosiego de los conquistadores y autoridades que estaban presentes, entre ellos el gobernador Almirante Diego Colón, y la reacción en contra de los frailes, a quienes quisieron reprenderlos y exigirles a desdecirse públicamente de sus afirmaciones. Sin embargo, en el sermón del siguiente domingo fray Antonio Montesino ahondo aún más su predica anterior, como habían acordado en comunidad.

Las protestas de las autoridades de la Isla La Española llegaron a la Corte a través de una delegación acompañado por el vicario de los franciscanos. El rey Fernando el Católico al enterarse de lo sucedido se quejó al provincial de los dominicos en España y pidió sanciones para los dominicos de la Isla; y además mandó amenazar con regresarlos. Mientras tanto en la Isla los españoles les negaron el sustento y les amenazaron con embarcarlos a España.

El provincial fray Alonso de Loaysa también les amonestó, a través de tres cartas, les conmina a modificar su forma de predicación y les amenaza con no dejar pasar más frailes a la Isla. Los frailes dominicos, a pesar de las presiones y amenazas, no se amedrentan ni cambian de parecer, ya que su doctrina es fruto del estudio de la verdad, unieron el Evangelio al derecho de gentes. Luego de deliberar toman la decisión de envíar al mismo fray Antón Montesino, con este propósito pidieron limosna para los gastos de viaje, algunos les negaron, pero, no faltaron personas caritativas que conociendo sus virtudes les ayudaran.

Llegado a España se presentó a su provincial para informarle de la situación real en la Isla, para luego intentar entrevistarse con el monarca, tarea nada fácil, por los intereses creados en la misma Corte no le querían permitir, ya que habían tomado la decisión de retornarlos a todos los frailes dominicos, al que se opuso el rey; al final, aprovechando un descuido del portero, pudo lograr entrar a la cámara del rey para explicarle la situación real de los indígenas y los fundamentos por los cuales habían predicado de esa manera.

Como fruto de la información de fray Antonio Montesino, el rey «ordena a su Consejo examinar detenidamente las cosas de Indias» y convoca a una junta de teólogos y juristas. Producto del estudio de esta junta se promulgó las llamadas Leyes de Burgos en 1512, el primer código de las ordenanzas para intentar de proteger a los pueblos indígenas, regular su tratamiento y conversión, y limitar las demandas de los colonizadores españoles sobre ellos; sin embargo, en la práctica no fueron acatadas por los encomenderos y las autoridades. Fueron modificadas en las Leyes de Valladolid en 1513, en éstas se reiteraban órdenes reales emitidas previamente requiriendo el buen trato de los taínos y se disponían, además, nuevas maneras de proteger a los naturales de las Indias Occidentales.

Para perpetuar su memoria y su lucha por la justicia en favor de los indígenas del Nuevo Mundo, fue colocado una gran estatua suya en actitud de grito, en el paseo marítimo (Malecón) de la ciudad de Santo Domingo (República Dominicana), frente al mar Caribe. La estatua de piedra y bronce, de 15 metros de altura, diseñada por el escultor mexicano Antonio Castellanos Basich, fue donado al pueblo dominicano por el gobierno mexicano e inaugurado en 1982 por los presidentes de México y la República Dominicana.
Defensa del indio
Al poco tiempo que arribaron al Nuevo Mundo, los frailes dominicos pronto tomaron conciencia de la situación de los indios tainos, por el trato inhumano que recibían de parte de los colonizadores y encomenderos, después de deliberar en comunidad tomaron conjuntamente la decisión de denunciar públicamente. Nombraron como su portavoz a fray Antonio Montesino para pronunciar el sermón del 21 de diciembre de 1511, en contra de la encomienda y la esclavitud de los nativos. Montesino proclamó a los conquistadores «que todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes». El sermón causó el desasosiego de los conquistadores y autoridades que estaban presentes, entre ellos el gobernador Almirante Diego Colón, y la reacción en contra de los frailes, a quienes quisieron reprenderlos y exigirles a desdecirse públicamente de sus afirmaciones. Sin embargo, en el sermón del siguiente domingo fray Antonio Montesino ahondo aún más su prédica anterior, como habían acordado en comunidad.

Las protestas de las autoridades de la Isla La Española llegaron a la Corte a través de una delegación acompañado por el vicario de los franciscanos. El rey Fernando el Católico al enterarse de lo sucedido se quejó al provincial de los dominicos en España y pidió sanciones para los dominicos de la Isla; y además mandó amenazar con regresarlos. Mientras tanto en la Isla los españoles les negaron el sustento y les amenazaron con embarcarlos a España.

El provincial fray Alonso de Loaysa también les amonestó, a través de tres cartas, les conmina a modificar su forma de predicación y les amenaza con no dejar pasar más frailes a la Isla. Los frailes dominicos, a pesar de las presiones y amenazas, no se amedrentan ni cambian de parecer, ya que su doctrina es fruto del estudio de la verdad, unieron el Evangelio al derecho de gentes. Luego de deliberar toman la decisión de envíar al mismo fray Antón Montesino, con este propósito pidieron limosna para los gastos de viaje, algunos les negaron, pero, no faltaron personas caritativas que conociendo sus virtudes les ayudaran.

Llegado a España se presentó a su provincial para informarle de la situación real en la Isla, para luego intentar entrevistarse con el monarca, tarea nada fácil, por los intereses creados en la misma Corte no le querían permitir, ya que habían tomado la decisión de retornarlos a todos los frailes dominicos, al que se opuso el rey; al final, aprovechando un descuido del portero, pudo lograr entrar a la cámara del rey para explicarle la situación real de los indígenas y los fundamentos por los cuales habían predicado de esa manera.

Como fruto de la información de fray Antonio Montesino, el rey «ordena a su Consejo examinar detenidamente las cosas de Indias» y convoca a una junta de teólogos y juristas. Producto del estudio de esta junta se promulgó las llamadas Leyes de Burgos en 1512, el primer código de las ordenanzas para intentar de proteger a los pueblos indígenas, regular su tratamiento y conversión, y limitar las demandas de los colonizadores españoles sobre ellos; sin embargo, en la práctica no fueron acatadas por los encomenderos y las autoridades. Fueron modificadas en las Leyes de Valladolid en 1513, en éstas se reiteraban órdenes reales emitidas previamente requiriendo el buen trato de los taínos y se disponían, además, nuevas maneras de proteger a los naturales de las Indias Occidentales.

Biografia de Francisco de Vitoria

Biografía
Ingresó en la orden de los dominicos en 1504, que ejerció gran influencia en su época y en años posteriores. Recibió desde niño una buena formación humanística.

La dignidad y los problemas morales de la condición humana fue el eje en torno al que se desarrolló su obra. Fue especialmente influyente por sus aportaciones jurídicas, aunque también tuvieron gran repercusión sus estudios sobre teología y sobre aspectos morales de la economía. No escribió personalmente todas sus obras, sino que nos han llegado recogidas por sus alumnos o por secretarios a partir de sus lecciones y relecciones (repeticiones que resumían al final del curso las lecciones del año). Sus enseñanzas y métodos pedagógicos dieron su fruto en forma de numerosos teólogos, juristas y universitarios a los que bien enseñó directamente o bien se vieron influidos por sus teorías (Melchor Cano, Domingo Báñez, Domingo de Soto, Francisco Suárez, etc), formando la llamada Escuela de Salamanca.

Fue enviado a París, donde estudió artes y teología. Regresó a España en 1523 como profesor de teología en el colegio de San Gregorio de Valladolid, hasta que en 1526 obtuvo la cátedra de teología de Salamanca. Introdujo la Summa Theologiae de Tomás de Aquino como el libro de texto básico en teología. Puesto que en aquel entonces Salamanca era una de las universidades más prestigiosas de España y Europa, el tomismo fue pronto adoptado por otras.

Biografia de Bartolome de las Casas

Biografía

Nacimiento y primeros años

De acuerdo a Antonio de Remesal, quien fue su primer biógrafo, Las Casas nació en Sevilla en 1474, pero las investigaciones de Helen Rand Parish y Harold E. Weidman de 1976, determinaron que la fecha más probable del nacimiento del fraile fue el 11 de noviembre de 1484 en Triana.[2] Sin embargo, existe la fundamentada tesis de que realmente era catalán ya que firmaba como "Bartomeu Casaus". Siendo niño conoció a los Reyes Católicos, y a Cristóbal Colón, pues su padre Pedro de las Casas, participó en los viajes del almirante. En 1499 tuvo la oportunidad de conocer a un indio, el cual fue traído por Colón y regalado a su padre como esclavo.[3] Las Casas estudió latín en Salamanca o Sevilla.[4]

Primer viaje a las Indias

Cacicazgo de Higüey.

El 15 de abril de 1502, siguiendo los pasos de su padre que había participado en el segundo viaje de Colón, llega a La Española.[4] Durante 1503 se dedicó a extraer oro, participando en la campaña de conquista del gobernador Nicolás de Ovando, y bajo las órdenes del capitán Diego Velázquez de Cuéllar en el Cacicazgo de Higüey, por tal motivo recibió una encomienda en la Villa de la Concepción de la Vega, la cual administró hasta 1506.[5] Conoció en el primer viaje a Cristhian Falcon quien con él se unieron a la lucha cual administró hasta morir en 1599 falleció en la presa de los indios .

Viaje a Roma y regreso a La Española

En 1506, viajó de regreso a Sevilla, en donde recibió órdenes sagradas menores al sacerdocio.[4] En 1507 viajó a Roma y se ordenó como presbítero. Regresó a La Española en 1508 y durante 1511 escuchó los comentarios del Sermón de adviento de fray Antonio de Montesinos, el cual censuraba la conducta de los colonos al respecto del maltrato de los indios: "Yo soy la voz que clama en el desierto...". Se le negó la absolución debido a que en esa época, aún mantenía su repartimiento.[6]

Viaje a Cuba y renuncia a sus encomiendas

A solicitud de Diego Velázquez, en la primavera de 1512 se trasladó a Cuba como capellán del conquistador Pánfilo de Narváez. En 1513, después de la matanza de Caonao, Narváez le cuestionó: "¿Qué parece a vuestra merced destos nuestros españoles qué han hecho?", formulando la pregunta como si el capitán no tuviese que ver con esas acciones. Las Casas le respondió: "Que os ofrezco a vos y a ellos al diablo". Por haber participado en las campañas, recibió un repartimiento junto con Pedro de Rentería, en Jagua, cuyos indios trabajaban en la minería.

Como recompensa por sus acciones durante la conquista de Cuba, en 1514 recibió un nuevo repartimiento de indios en Canarreo, junto al río Arimao (cerca de Cienfuegos). Pero Las Casas tomó conciencia paulatinamente de lo injusto que era el sistema y se convenció de que debía «procurar el remedio de esta gente divinamente ordenado». El 15 de agosto de 1514, día de la Asunción, a la edad de treinta años, pronunció un sermón en Sancti Spíritus durante el cual renunció a sus repartimientos públicamente.

Procurador y protector universal de los indios, viaje a Santo Domingo

En 1515 se trasladó a Santo Domingo, donde se vinculó con los frailes dominicos. Fray Pedro de Córdoba lo envió a España en compañía de Antonio de Montesinos para abogar por los indios; los frailes llegaron a Sevilla el 6 de octubre, en diciembre del mismo año, lograron entrevistarse con el rey Fernando el Católico, con el secretario Lope de Conchillos y con el obispo de Burgos Juan Rodríguez de Fonseca, pero los resultados fueron adversos a sus peticiones.

Debido al fracaso, y tras la muerte del rey Fernando el Católico a principios de 1516, Montesinos y Las Casas viajaron a Madrid para realizar nuevas peticiones al cardenal Francisco Jiménez de Cisneros quien ejercía la regencia de la corona de Castilla; en abril, Cisneros determinó enviar a tres frailes jerónimos para ejercer la gobernación de La Española. Las Casas fue comisionado consejero de los frailes y se le nombró procurador y protector universal de todos los indios. Cargo similar al de Ombudsman de Suecia que fue instituido a principios del siglo XIX.

Entrevista con Carlos I de España

En 1517, las Casas se sintió insatisfecho por la actuación de los frailes jerónimos, pues la opresión, y esclavitud de los indígenas persistió en La Española. En el mes de junio, decidió regresar a España para dar cauce a sus quejas, sin embargo el cardenal Cisneros murió en el mes de noviembre. El fraile se entrevistó con el cardenal Adriano de Utrecht, quien le recomendó esperar una entrevista con el rey Carlos I.

En 1518 Las Casas planeó un proyecto para colonizar tierras de indios con labradores reclutados en España. En 1519 Las Casas impugnó las acciones del fraile franciscano Juan de Quevedo, quien había sido nombrado obispo de Santa María la Antigua del Darién pronunciándose a favor de la esclavitud de los indígenas.

Al igual que Pedro Mártir de Anglería, en abril de 1520 Las Casas conoció a los indígenas totonacas que fueron llevados ante la presencia del nuevo monarca por Alonso Hernández Portocarrero y Francisco de Montejo, ambos emisarios de Hernán Cortés; un par de meses más tarde en Santiago de Compostela el Consejo de Castilla autorizó a Las Casas llevar a cabo el proyecto para crear una colonia pacífica en el territorio de Cumaná, para que él aplicase sus teorías, las cuales consistían en poblar la tierra firme, sin derramar sangre y anunciar el evangelio, sin estrépito de armas.[11]

Volvió a las Indias en 1520, intentando poner en marcha su encomienda, siempre en contra de la esclavitud de los indios, el proyecto fracasó porque en su ausencia los indios se rebelaron. Desengañado, entró en la Orden de Santo Domingo, quienes por entonces estaban elaborando una reflexión sobre el derecho en la Escuela de Salamanca, criticando muchos aspectos de la colonización de América y entre ellos el sistema de encomiendas. A partir de 1521 se retiró para dedicarse al estudio de la teología, la filosofía y el derecho canónico y medieval, y comenzó a escribir su Historia de las Indias.

En 1535 regresa a América donde intenta de nuevo un programa de colonización pacífica en Guatemala, donde obtiene un relativo éxito; vuelve de nuevo a España en 1540 y en Valladolid, visita de nuevo al rey Carlos I. Éste, prestando oídos a las demandas de Las Casas y a las nuevas ideas del derecho de gentes difundidas por Francisco de Vitoria, convocó al Consejo de Indias, en las que se conocen como Juntas de Valladolid o Comisión de Valladolid.

Como consecuencia de lo que se discutió, se promulgaron el 20 de noviembre de 1542 las Leyes Nuevas. En ellas se prohibía la esclavitud de los indios y se ordenaba que todos quedaran libres de los encomenderos y fueran puestos bajo la protección directa de la Corona. Se disponía además que, en lo concerniente a la penetración en tierras hasta entonces no exploradas, debían participar siempre dos religiosos, que vigilarían que los contactos con los indios se llevaran a cabo en forma pacífica dando lugar al diálogo que propiciara su conversión. A finales de ese mismo año terminó de redactar en Valencia su obra más conocida, Brevísima relación de la destrucción de las Indias, dirigida al príncipe Felipe (futuro Felipe II), entonces encargado de los asuntos de Indias.

Se le ofreció el obispado de Cuzco, importantísimo en aquel momento, pero Las Casas no aceptó, aunque si aceptó el obispado de Chiapas en 1543, con el encargo de poner en práctica sus teorías. Residió allí durante dos años para regresar definitivamente a España en 1547. Durante su obispado en Chiapas residió en la Ciudad Real de Chiapas, hoy llamada San Cristóbal de las Casas en su honor.

Renunció a su obispado y continuó con su labor de defensa de los indios hasta su muerte, lo que le valió ser conocido como el Apóstol de los Indios. En Valladolid, entre 1550 y 1551, mantuvo una polémica con Juan Ginés de Sepúlveda («La controversia de Valladolid») sobre la legitimidad de la conquista, se discute quien ganó esta controversia, ya que ambos se consideraron ganadores. Bartolomé de Las Casas murió en Madrid en 1566.

Biografia de Pedro de Cordoba

Pedro de Córdoba nació en Córdoba, Andalucía (España) entre mayo y septiembre de 1482. Realizó los estudios de Leyes en la Universidad de Salamanca, allí entró en contacto con los dominicos del Convento de San Esteban, atraído por la personalidad y forma de vida de estos religiosos decidió hacerse fraile dominico. Hacia el año 1501 tomó el hábito de la Orden Dominica e inició su año de noviciado. Al concluir esta etapa hizo su profesión religiosa y continuó con sus estudios de artes, filosofía y teología hasta 1508. En 1506 fue ordenado diácono y en 1508 recibió el Orden sacerdotal. Permaneció en el Convento de San Esteban hasta 1509 para luego ser asignado al Real Convento de Santo Tomás de Avila, donde se ocupó en el ministerio de la predicación.
En 1510 llegó a Santo Domingo en la isla de La Española, entonces sede de la Audiencia de los territorios españoles en el Nuevo Mundo, junto con otros tres frailes dominicos, fray Antonio de Montesinos, fray Bernardo de Santo Domingo y fray Domingo de Villamayor, y constituyó la primera comunidad y convento de esa orden en América, base de la futura provincia dominica de Santa Cruz de Indias.
En el transcurso del viaje a Santo Domingo la nave Espíndola, donde viajaban los religiosos, realizó una parada en Puerto Rico. Pronto llegarían a esa tierra, en diciembre de 1510 otra expedición de dominicos y un año después otra tercera. En esa parada tuvieron que dejar a fray Antonio Montesino en la isla, en Cáparra, al estar gravemente enfermo. Probablemente, según creen historiadores como Antonio Cuesta Mendoza, fue en esa ocasión cuando Montesinos tuvo la ocurrencia de fundar un convento de su orden en la isla. En 1521, cuando se traslada Caparra a la isla de San Juan, una de la principales obras es la construcción de un convento dominico en la parte septentrional de la isleta, para lo que trae seis frailes. Ya en 1514 estuvieron de visita en Puerto Rico fray Antonio Montesino, fray Pedro de Córdoba y fray Juan Garcés.
Fray Pedro de Córdoba, junto con sus compañeros, se dedicó a la evangelización y educación de los indígenas llegando a publicar un catecismo dedicado a la enseñanza de la doctrina de Cristo a los indios. El catecismo, publicado en 1544 en México por el obispo de Nueva España fray Juan de Zumárraga, se titulaba Doctrina cristiana para instrucción e información de los Indios por manera de historia.
Al año siguiente de su llegada a La Española, permitió la denuncia que fray Antonio de Montesinos realizó en el sermón del 21 de diciembre de 1511 contra los abusos que se estaban cometiendo en el sistema de encomiendas que llegaban a esclavizar a los encomendados, saltándose las obligaciones que dicho sistema les imponía a los colonizadores. La denuncia caló y molesto a la excipiente y poderosa sociedad colonial, que basaba sus riquezas en la explotación esclavista de los indígenas. Fue tal el mal estar que Pedro de Córdoba se vio obligado a volver a metrópolis a responder a las acusaciones, que desde La Española le llegaron al rey. Sus razones sirvieron para que las Leyes de Burgos fueran suavizadas.
Realizó la labor misionera en los territorios de La Española y Venezuela e intentó, junto con Montesinos, realizar una evangelización pacífica.
La defensa de los indios, que realizó junto con fray Bartolomé de Las Casas, junto con el proceder diario le proporcionó una gran reputación de sacerdote modelo. Fue altamente respetado por el clero, los laicos y los indios.
Murió en Santo Domingo el 4 de mayo del año 1521.