martes, 27 de julio de 2010

La primera comunidad de Frailes Dominicos en América

Los frailes de la primera comunidad
“No hay nada que dé tanta libertad de palabra, nada que tanto ánimo infunda en los peligros, nada que haga a los hombres tan fuertes como el no poseer nada, el no llevar nada pegado a sí mismo. De suerte que quien quiera tener gran fuerza, abrace la pobreza, desprecie la vida presente, piense que la muerte no es nada. Ese podrá hacer más bien a la Iglesia que todos los opulentos y poderosos; más que los mismos que imperan sobre todo”.

San Juan Crisóstomo. Homilía II sobre Priscila y Aquila.

No sabemos si Bartolomé de Las Casas tenía conocimiento de esa homilía de San Juan Crisóstomo, pero poco impor ta, porque las citadas consideraciones forman par te de la experiencia común y de la sabiduría evangélica. Lo cier to es que, tras haber referido el sermón de Montesinos, Bar tolomé de Las Casas escribió en su Historia de las Indias: “Con su compañero se va a su casa pajiza, donde, por ventura, no tenían qué comer, sino caldo de berzas sin aceite, como algunas veces les acaecía”.

En efecto, “por ventura”, pues el sermón de los dominicos, como bien puede imaginarse, había causado un grandísimo revuelo e inmediatamente se organizó la protesta para ejercer presión sobre ellos a través de la máxima autoridad de la isla. Cuando el gobernador Diego Colón visitó la choza de los frailes para amenazarles con que, en caso de no desdecirse del sermón, debían ir recogiendo sus cosas para embarcar hacia España, Pedro de Córdoba pudo replicarle: “Por cierto, señor, en eso no tendremos mucho trabajo”.

Así era, pues el haber de aquellos frailes se reducía a un puñado de cosas. Por casa tenían una choza que les había prestado un tal Pedro Lumbreras y que se encontraba al fondo de su corral. Su dieta habitual consistía en cazabí(un pan de raíces con muy poca sustancia), cocido de berzas (muchas veces sin aceite, solamente con ají, la pimienta de los indios), algunos huevos y, de cuando en cuando, un pescadito si aparecía. Sus camas eran unos cadalechos construidos con varas puestas sobre horquetas y cubier tos con colchones de paja seca. Sus vestidos estaban hechos de tela tosca y áspera, y sus túnicas de lana mal cardada. A ello había que añadir los utensilios para decir la misa y “algunos librillos que pudieran quizá caber todos en dos arcas”, como diría más tarde Bar tolomé de Las Casas. Organizar el retorno a España en semejantes condiciones no habría exigido, en efecto, ningún trabajo.

¿Quiénes eran aquellos frailes? El Maestro de la Orden, fr. Tomás de Vio Cayetano, había pedido al Provincial de España que consiguiera de la corona de Castilla el permiso requerido para enviar quince misioneros al nuevo mundo. En septiembre de 1510, como hemos dicho, llegaron los cuatro primeros: fr. Pedro de Córdoba, como Vicario; fr. Antonio de Montesinos, ya famoso predicador en Castilla; fr. Bernardo de Santo Domingo, el más letrado de ellos; y fr. Domingo de Villamayor, un hermano cooperador, que poco después tuvo que regresar a España. Sucesivamente fueron llegando otros frailes hasta completar el número estipulado.

Interesa saber, más que sus nombres, cómo entendían la misión de la Orden y con qué criterios la pusieron en práctica en una situación novedosa, complicada y conflictiva. Nos fijamos en dos aspectos: el ambiente en el que se formaron y el talante religioso con que emprendieron su proyecto de evangelización.

Podemos caer rápidamente en la cuenta del tipo de formación recibida por aquellos frailes si nos percatamos de que eran herederos del talante espiritual de fr. Juan Hur tado de Mendoza. Durante los siglos XIV y XV, en par te como consecuencia de la peste negra, la vida religiosa se había visto reducida a un estado de relajamiento y postración - la denominada “claustra” - en el que prácticamente llegó a perder su razón de ser. A fin de devolver a la vida religiosa su frescura y sentido originales, la Provincia dominicana de España había erigido la Congregación de la Observancia, constituida por conventos en los que las observancias regulares y la finalidad de la Orden eran vividas en su integridad y pureza.

El propulsor y el alma de dicha reforma fue, en efecto, Fr. Juan Hurtado de Mendoza, alma luminosa y ardiente que encarnaba el espíritu de Santo Domingo. Durante mucho tiempo se dedicó a la enseñanza como Maestro en Teología, dedicando plenamente los últimos años de su vida al apostolado popular. En su vida se daban cita esos dos elementos esenciales en la misión de la Orden que son el estudio y la predicación. Entre las observancias regulares insistió en la pobreza, que consideraba como uno de los signos más auténticos de la consagración religiosa, y en la obediencia como garantía y expresión de fidelidad al espíritu comunitario de la Orden.
Fr. Juan creó escuela y dejó una espléndida descendencia, pues sus discípulos mantuvieron con la mayor veneración lo aprendido de su maestro: rigor en la pobreza, asiduidad en la oración, constancia en el estudio y celo en la predicación. Entre tales sucesores se encontraban los frailes que predicaron el sermón de adviento por boca de Montesinos.

Tal fue la formación generadora del talante religioso que latía en su proyecto de evangelización. Las palabras con que fr. Domingo de San Pedro, maestro de novicios del convento de San Esteban de Salamanca, despediría más tarde a los cuarenta misioneros que acompañaron a fr. Bar tolomé de Las Casas a la toma de posesión del obispado de Chiapas en 1544, reflejan muy bien el coraje evangélico con que la Orden se hizo presente en las tierras americanas. Les decía:

“Estoy cierto, hijos míos, que no os veré más, en primer lugar porque mis largos años me tienen muy cercano a la muerte y, en segundo lugar, porque, aunque viva muchos, no os tengo por tan cobardes que, saliendo a guerrear, donde se vence con perseverancia, os volváis otra vez a casa de vuestra madre.

Se me rasgan las entrañas de dolor al veros ir pues os he criado a todos desde muy tierna edad y de vuestra profesión y virtud, prudencia y letras comenzaba a coger los frutos de mi trabajo. Pero con veros partir tan determinados para cumplir el ministerio que profesasteis en la Orden de nuestro Padre Santo Domingo, que es la dilatación del Evangelio, bien y salud de las almas, la mía se llena de regocijo y de alegría (…) Como valientes habéis comenzado, como fuertes perseverad, pues el asunto a que vais es de Dios y Él os asistirá siempre con su gracia. Muchos son los peligros, pero mayor será su favor para salir bien de ellos. Acordaos de nuestro glorioso Padre Santo Domingo (…)

No sé que haya herejes ni enemigos de la fe de Jesucristo, nuestro Señor, en la tierra a donde vais. Pero, por informaciones fidedignas, estoy cierto que en ella hay muchos que abundan en agravios. Vosotros vais a contradecirlos y a oponeros a sus obras (…) y a liberar a los naturales, que injustamente tienen por esclavos (…) No salís de una plaza donde no hay que pelear, que muy ejercitados os he visto en obras de mortificación y penitencia hasta el punto de haber tenido que pediros moderación para que no os acabaseis. No las olvidéis, os ruego (…) Principalmente la santa pobreza. Mirad que vais a tierra tentadora donde el oro y la plata truecan el sentido y emborrachan el alma, sacando a un hombre de sí para hacerle olvidar las obligaciones de su estado. Cuando recibisteis este santo hábito, dejasteis lo propio. No apetezcáis ahora lo ajeno. Y quien dio tan libremente a Dios lo que tenía, no reciba de los hombres lo que le ha de hacer perder su depósito guardado en parte donde no lo roban ladrones, ni el orín lo come ni deshace.

Oigamos siempre en esta santa casa buenas nuevas de vosotros. Y os pido de parte de todos los frailes de esta santa casa que nos comuniquéis a menudo las adversidades para remediar con las oraciones de vuestros hermanos, así como todos vuestros sucesos para alegrarnos”.

De ese talante estaban hechos los frailes que, dejándose alcanzar por el sufrimiento de los indios, tuvieron la entereza de ponerle voz y de no dejarse amilanar por los intereses de los encomenderos que pretendían chantajear por boca del gobernador.


PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO

1. ¿Cuáles son los peligros contra los que el maestro de novicios aler ta a los enviados? ¿Qué motiva su confianza en ellos? ¿Qué otras cosas nos llaman la atención sus palabras de despedida?

2. ¿Cuáles son los elementos esenciales del carisma de la Orden que encontramos en la formación y vida de los frailes de la primera comunidad dominicana en América?

3. En la Constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II la Iglesia dice que “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”. ¿Qué aspectos de nuestra tradición dominicana nos facultan para realizar ese sentido eclesial?

4. La propagación del evangelio pasa por el conflicto con quienes agravian a las personas con sus injusticias y por la liberación de éstas. ¿Cultivamos esa sensibilidad en nuestros ámbitos de formación, tanto la institucional como la permanente?

El Sermòn de Montesinos


La denuncia:el sermón de Montesinos

“¿Éstos no son hombres? ¿No tienen almas racionales? ¿Acaso no estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís?”.

Sermón de fr. Antonio de Montesinos



Fue en septiembre de 1510 cuando los primeros dominicos llegaron a la Hispaniola, nombre dado por los españoles a la isla del mar Caribe actualmente ocupada por la República Dominicana y por Haití.

Su objetivo consistía en la atención religiosa a los españoles y, fundamentalmente, en la evangelización de los indígenas. En consecuencia, nada más llegar entraron en contacto directo con los nativos, especialmente con los “naborías”, como se llamaba a los que servían en las casas de los españoles. Muy pronto pudieron darse cuenta de los malos tratos y abusos que se cometían contra los habitantes de la isla.

Juan Garcés, un español perseguido por la justicia por haber asesinado a su esposa indígena, solicitó asilo en el convento de los dominicos y terminó pidiendo el hábito de hermano. Él, que tan bien conocía tales injusticias por experiencia personal, informó a los frailes sobre las mismas con todo detalle y precisión.

Ante el evidente sometimiento y la opresión de los indios, la comunidad de dominicos dedicó muchas horas de reunión para estudiar a fondo el problema, hasta que decidieron denunciarlo públicamente. No podían callar, pues “a ello se sentían obligados por la profesión que habían hecho”.

Prepararon la denuncia en forma de un sermón al que dedicaron largas deliberaciones con la par ticipación de todos los miembros de la comunidad. Una vez redactado el texto y habiendo sido firmado por cada uno de ellos, fr. Pedro de Córdoba, que era el Vicario, encargó a fr. Antonio de Montesinos que lo predicase en la misa mayor del cuar to domingo de adviento. Así sucedió: era el 21 de diciembre de 1511 y había transcurrido poco más de un año de la llegada de los frailes a la isla.

A pesar de tratarse, como decimos, de un sermón escrito, no se dispone del texto original, sino únicamente del extracto que, tiempo después, fr. Bar tolomé de Las Casas incorporaría a su obra sobre la Historia de las Indias (libro III, capítulo 4), donde puede leerse:

Llegado el domingo y la hora de predicar, fr. Antonio de Montesinos subió al púlpito y tomó como lema del sermón, que llevaba escrito y firmado por los demás, “Ego sum vox clamantis in deserto”.

Yo soy la voz de Cristo que clama en el desierto de esta isla y, por lo tanto, conviene que la oigáis con toda atención (…) Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís por la crueldad con que tratáis a estas inocentes gentes.

Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren y, por mejor decir, los matáis por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los adoctrine y conozcan a su Dios y Creador, sean bautizados, oigan misa, guarden las fiestas y los domingos?

¿Estos nos son hombres? ¿No tienen almas racionales? ¿No estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis?
¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos? Tened por cierto que, en este estado en que estáis, no os podréis salvar más que los moros y turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo.

Los puntos clave de la denuncia llevaba a cabo por Montesinos en nombre de todos sus hermanos de comunidad deben entenderse sobre el trasfondo de la práctica judicial y pueden ser estructurados del siguiente modo:

1. La opresión a que estaban sometidos los indios era tan grave que podía compararse con el cumplimiento de una sentencia condenatoria a causa de algún crimen cometido. Ello supondría la existencia de un derecho
vigente, de una autoridad que juzgara y fijara la sentencia, así como de una “justicia” que la ejecutase. Por eso los frailes preguntaban: ¿con qué derecho, con qué autoridad y con qué justicia sucede todo esto?

2. La raíz principal del abuso cometido contra los indios y, por lo tanto, la razón fundamental de la denuncia consistió en la falta de reconocimiento de la dignidad humana de los mismos. De ahí la interpelación: ¿acaso éstos no son personas?, ¿acaso no tienen almas racionales? Los otros argumentos, como la necesidad de que los indios sean evangelizados y bautizados, presuponen el anterior.

3. Los españoles, obcecados por el afán del oro, se olvidan de que su condición de cristianos les compromete a amar a los indios como sí mismos y a anunciarles la Buena Nueva para conozcan, amen y den culto al Dios de Jesucristo.

4. Era, por tanto, la comunidad de frailes quien, en nombre de la dignidad humana y de las obligaciones cristianas, puede y debe dar la siguiente sentencia en contra de los colonizadores:

- Todos vosotross estáis en pecado mor tal; en él vivís y en él morís.

- En ese estado en que os encontráis no podréis salvaros, pues vuestro compor tamiento equivale a carecer de la fe en Jesucristo y a no quererla.

- Si seguís maltratando a los indios, dad por seguro que los pecados que confeséis no recibirán nuestra absolución.


PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO

1. Escribía Juan Pablo II en su encíclica Redemptor hominis que “el profundo estupor ante la dignidad de la persona humana se llama evangelio. Se llama también cristianismo”. ¿Nuestra condición de cristianos nos sensibiliza para el reconocimiento de la dignidad de toda persona humana y para el compromiso con los derechos que de ella se siguen?

2. En su Discurso en la Asamblea General de las Naciones Unidas con ocasión de la celebración del 60° aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, Benedicto XVI presentaba tales derechos como “el lenguaje común y el sustrato ético” necesario para nuestros días. ¿Conocemos tal Declaración y nos afanamos por su difusión y puesta en práctica?

3. En otro Discurso, esta vez a los miembros de la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales (4 de mayo de 2009), el Papa enfatizaba la impor tancia de los derechos sociales al llamar la atención sobre “uno de los más críticos problemas sociales de las décadas recientes, como es la conciencia creciente -que ha surgido en parte con la globalización y la presente crisis económica- de un flagrante contraste entre la atribución equitativa de los derechos y el acceso desigual a los medios para lograr esos derechos. Para los cristianos que con regularidad pedimos a Dios que «nos de el pan de cada día», es una tragedia vergonzosa que una quinta parte de la humanidad pase hambre”. ¿Reconocemos a los derechos sociales, junto con los civiles y los políticos, toda la impor tancia que tienen de cara a un efectivo respeto de la dignidad humana?

4. ¿Qué personas de nuestro entorno padecen menosprecio de su dignidad y vulneración de sus derechos humanos? ¿Cuáles son los grupos más afectados? ¿Qué falsos argumentos suelen utilizarse para justificar lo injustificable? ¿Qué actitud adoptamos nosotros, como grupo de dominicos y dominicas, ante semejantes atropellos?

5. Los primeros dominicos llegados a la Hispaniola defendían que los indígenas tenían “almas racionales”, lo cual, en el lenguaje de la época, significaba su dignidad humana. Muy probablemente habían aprendido de Santo Tomás que, puesto que “subsistir en la naturaleza racional es de la máxima dignidad, todo individuo de naturaleza racional es llamado persona”, de tal modo que “en el nombre de persona se expresa la dignidad misma”. ¿Conocemos y cultivamos debidamente la tradición de nuestra Orden?

Carta del Maestro de la Orden

DEL MENSAJE DE NAVIDAD Y AÑO NUEVO 2010

DEL MAESTRO DE LA ORDEN


La Misión de La Predicación
Roma, 29 de noviembre, 2009 - I Domingo de Adviento
Saludo e introducción


Queridos hermanos y hermanas:
Mientras nos disponemos a celebrar las Fiestas les escribo el último mensaje navideño de mi mandato. Quisiera que el mismo tuviese el estilo de una carta preñada de buenos deseos y propósitos caminando también –año tras año– al Jubileo por el VIII centenario de la confirmación de la Orden (1216-2016). En esta ocasión –2010– el gozo se multiplica pues la providencia nos permitirá recordar un acontecimiento muy significativo de nuestra historia: ¡cinco siglos de la fundación de la primera comunidad dominicana en “Las Américas”! Dedicar especialmente este año a reflexionar en “La misión de la Predicación”, dilatará nuestras mentes y corazones, ofreciendo así un marco ideal a la celebración del próximo Capítulo General Electivo .

Nuestra vida dominicana está especialmente orientada a buscar y a conocer a Dios, conservar y profundizar la Fe y –a través de nuestra predicación– hacernos de alguna manera “responsables” de la fe de los demás, hasta los confines del mundo.

Santo Domingo ha sido consciente de que no basta conservar el patrimonio recibido: un tesoro religioso y moral siempre fecundo. Es verdad, esa tarea, de por sí ardua y difícil, no es suficiente. Es necesario renovar el contenido de la Fe, no en sí mismo (objetivamente) pues ha de permanecer inalterado e incorrupto, sino subjetivamente, en nosotros mismos, en nuestras comunidades e instituciones, en nuestra cultura, en nuestra vida. ¡Cada vez se hace más urgente y necesaria una fe más madura y misionera!

II «Permanece fiel a la doctrina que aprendiste... tú sabes de quiénes la has recibido»
(2 Timoteo 3, 14)

Hemos sido llamados a conservar y profundizar la Fe

La responsabilidad de la fe no se detiene en la búsqueda del conocimiento de Dios. La fe exige que ella sea acogida como don, atesorada, conservada y profundizada ¡cultivada! ¡vivida!

Según el relato de Mateo (2, 1-12) los Magos pierden de vista la estrella pero no cesan de buscar al rey de los judíos que ha nacido. No olvidan lo que han visto, la estrella, aquello que los ha impulsado a partir. Se les ha dado un signo luminoso y han seguido creyendo en su importancia, en la fidelidad a lo que les ha sido manifestado, continúan buscando con perseverancia.

En el inicio del siglo XVI, en el “Nuevo Mundo”, el encuentro de culturas comenzaba a presentar serias dificultades de integración. A esas dificultades se aplicaron como solución primera criterios anacrónicos utilizados en lugares y culturas diferentes. Las consecuencias negativas, como era de esperar y sucede siempre, las sufrieron los más débiles.

Ante el desafío de los nuevos tiempos y espacios de evangelización, la Orden respondió –como ha tratado de hacerlo a lo largo de su historia– en el Capítulo general de 1508 con el envío de misioneros. En un contexto de profunda reforma, el fervor de los hermanos impulsaba consecuentemente a la misión.

Entre los que acogen este llamado se encuentra fray Pedro de Córdoba. De noble familia, nace en esa ciudad en 1482. En 1497 inicia sus estudios de leyes en Salamanca en donde nace su vocación dominicana ingresando a la Orden en 1502 y profesando al año siguiente. Al finalizar sus seis años de estudio se lo asigna a la comunidad de Ávila junto a fray Antonio de Montesinos, fray Bernardo de Santo Domingo y fray Domingo de Villamayor
–cooperador– con quienes integrará el primer grupo de Dominicos en América. El grupo parte arribando a la isla “La Hispaniola” en septiembre de 1510 (¡qué providencial que nuestro Capítulo General se reúna el próximo mes de septiembre para recordarlo y renovarnos en ese mismo espíritu misionero!).

Estos frailes inician inmediatamente, con gran pobreza de medios, su tarea apostólica, tomando conciencia al poco tiempo del gran potencial humano contenido en las nuevas culturas aptas para recibir el Evangelio y también de los profundos y no fáciles problemas que la misión les presentaba: las dificultades de la integración con esas culturas de parte de los europeos; la pretensión de contar con justos títulos de dominación, la justificación de la esclavitud y los métodos compulsivos aplicados a la evangelización de parte de otros misioneros, etc.

Como frailes predicadores aceptan comunitariamente, con todas sus consecuencias, el desafío de afrontar esta situación. La historia de la Orden recuerda como un verdadero sacramental, la predicación del Adviento del 21 de diciembre de 1511 encomendada a fr. Antonio de Montesinos y sintetizada en su célebre grito “¿Acaso éstos no son hombres?” en referencia a los nativos que eran sojuzgados y maltratados.

El planteo será el inicio de un largo proceso, doloroso pero a la vez fecundo, de pensamiento y acción del que surgirá el futuro Derecho de Gentes y un nuevo modo de encarar la evangelización de los pueblos. Fray Pedro de Córdoba será de alguna manera el alma de este movimiento tanto en España como en América suscitando la labor intelectual sobre el tema en Salamanca, aplicando nuevos métodos evangelizadores en América, creando toda una escuela de seguidores entre los que se destacará fray Bartolomé de las Casas que, como un nuevo San Pablo, se transformará de opresor de los indios en unos de sus más ardientes defensores.

En los últimos años, fray Vincent de Couesnongle, fray Damián Byrne y fray Timothy Radcliffe, Maestros de la Orden, en diversas cartas y mensajes a la Familia Dominicana, señalaron con insistencia la fecundidad del diálogo entre los frailes dominicos de “La Española” abocados al principio a una predicación en un ámbito eminentemente pastoral y los frailes teólogos de Salamanca que acogían las preocupaciones de aquellos como acicates reales para su estudio y reflexión. Éstos, a su vez, ofrecían elementos doctrinales sólidos y profundos para la predicación profética de quienes –en las fronteras– amonestaban a los presuntuosos y opresores; consolaban a los desesperados y oprimidos; animaban a los que vacilaban.

Aquellos frailes predicadores de las universidades o en las pequeñas capillas de barro nos siguen enseñando el secreto de la vocación profética: la responsabilidad de la fe y conservación del patrimonio recibido al poder leer los acontecimientos a la luz de la Palabra de Dios; la profundización de la fe al leer la Palabra tomándole el pulso a la realidad. Lo primero nos permite, aún hoy, ver más lejos y más allá de los hechos, más profundamente. Así se evita la fragmentación del relativismo; la parálisis que puede ocasionar un interminable análisis de casos, propios de un laboratorio. Los predicadores de las universidades y de las pequeñas capillas, intentaban también leer la Palabra de Dios en contacto con lo que sucede, con los acontecimientos, a través de los cuales Dios también quiere decirnos ‘algo’ (los hechos pueden convertirse en indicios, pistas, ¡“signos de los tiempos”!). De ese modo se evita la rígida e infecunda polarización fundamentalista, propia de una teología maniquea.

El 23 de mayo de 2007, al regresar de su viaje a Brasil, tras la inauguración de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, dijo Benedicto XVI: «Ciertamente el recuerdo de un pasado glorioso no puede ignorar las sombras que acompañaron la obra de evangelización del continente latinoamericano: no es posible olvidar los sufrimientos y las injusticias que infligieron los colonizadores a las poblaciones indígenas, a menudo pisoteadas en sus derechos humanos fundamentales. Pero la obligatoria mención de esos crímenes injustificables –por lo demás condenados ya entonces por misioneros como Bartolomé de las Casas y por teólogos como Francisco de Vitoria, de la Universidad de Salamanca– no debe impedir reconocer con gratitud la admirable obra que ha llevado a cabo la gracia divina entre esas poblaciones a lo largo de estos siglos. Así, en ese continente el Evangelio ha llegado a ser el elemento fundamental de una síntesis dinámica que, con diversos matices según las naciones, expresa de todas formas la identidad de los pueblos latinoamericanos. Hoy, en la época de la globalización, esta identidad católica sigue presentándose como la respuesta más adecuada, con tal de que esté animada por una seria formación espiritual y por los principios de la doctrina social de la Iglesia».

La experiencia de los Magos, como la de tantos santas y santos de la Orden nos ofrece una enseñanza: el no rechazar lo que hemos conocido como verdadero, el ser fieles a la fe.

Somos testigos de cierta indiferencia religiosa, del fenómeno de la descristianización, de ciertas manifestaciones de neopaganismo que nos impulsan a mirar la Epifanía como la fiesta de la fe. El camino de los Magos de oriente nos impulsa a acoger agradecidos el inmenso patrimonio espiritual del cual somos herederos, el tesoro que nos han trasmitido quienes nos han precedido en el camino de la fe. Es verdad ¡Somos responsables de la conservación y transmisión de este mismo patrimonio!

Pero, también es verdad: no basta simplemente con custodiar la Fe. ¿Acaso no lo hicieron así los sumos sacerdotes y los escribas del pueblo convocados por Herodes? Ellos parecen conocer las Escrituras y responden sin errores a la pregunta–información de los Magos. Sin embargo no han sido capaces de descubrir la responsabilidad que ese conocimiento de la fe exige e impulsa. No se dejan interpelar por ese conocimiento, no se mueven, no van en búsqueda de Aquel que ha sido anunciado en la profecía; se conforman con conservar su fe sin vivirla.

Para quienes contemplamos el misterio de la Epifanía, para quienes seguimos las huellas de Santo Domingo y abrazamos como propia la historia de la Orden, no basta “conservar” la fe, es necesario estudiarla, profundizarla, según las exigencias de la propia vida y la vida de aquellos que nos rodean, la vida de aquellos a quienes hemos sido enviados.

La verdad que la fe nos revela, impulsa a una posterior búsqueda; abre el diálogo espiritual y suscita el fervor interior. Ser creyentes nos impulsa a conformar la vida con la fe, a un estudio constante de la verdad, a inculturarla, a evangelizar la cultura.

Profundizar la Fe significa profundizar las razones de la Fe, tal como nos exhorta la I carta de Pedro: «Estén siempre dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen» (3, 6). Este cultivo de la fe, verdadera “responsabilidad de la fe”, es inseparable de una relación vital con la Iglesia y por eso lleva consigo una profunda exigencia de catolicidad, unidad y apostolicidad que hagan más visible su santidad (cf. LCO 21).

Fraternalmente en Cristo, María y Santo Domingo


Fray Carlos A. Azpiroz Costa OP Maestro de la Orden

Concurso de fotografía - "1° Cuidarte Solidario"



Bases Concurso de Fotografía

1. La Comisión Organizadora del I° cuidARTE solidario, invita a participar

del CONCURSO FOTOGRAFICO "Basta solo un gesto de cuidado" a todos los fotógrafos profesionales y aficionados, integrantes de la comunidad Educativa del Colegio Santa Catalina.

2. La participación en este concurso supone el pleno conocimiento de estas bases y la total aceptación de las condiciones de la misma.

3. No serán aceptados trabajos realizados por miembros del jurado, o familiares de estos, hasta segundo grado de parentesco.

4. El concurso es de libre acceso, no suponiendo derecho de inscripción.

5. INSCRIPCION: No se cobrará derecho de inscripción. La ficha de inscripción representa una declaración jurada de cada participante respecto de la autoría de las obras presentadas y la autorización a la Comisión Organizadora para utilizar dichas fotografías en comunicaciones institucionales, sin que esto suponga retribución y/o compensación alguna. En todos los casos que la publicación de la fotografía lo permita, la Comisión Organizadora hará mención del nombre del autor; no obstante, el autor conserva sus derechos de propiedad intelectual de acuerdo a la ley 11.723.

6. TEMA DEL CONCURSO: Las fotografías participantes podrán ser de gestos que denoten cuidado de una/as personas hacia otra/as y haber sido tomadas en el territorio de la provincia de Tucumán. La idea es reflejar, entre las obras recibidas, la diversidad de gestos de cuidado que existen en la vida cotidiana de nuestro pueblo.

7. CATEGORIAS: Se contempla una única categoría de copias papel color o blanco y negro, medidas 20x30 o 30x40. Las técnicas a utilizar en las fotografías deben ser tradicionales, admitiéndose trucos, fotomontaje, manipulación digital o collages.

8. El jurado se reserva el derecho de retirar del concurso aquellas copias que considere que no respondan al presente reglamento, declarándolas fuera de concurso.

9. Cada participante podrá presentar hasta un máximo de 5 (cinco) fotografías.

10. Las obras no deben llevar ninguna inscripción al frente. Al dorso deberá figurar el seudónimo que elija el autor junto al título de la obra consignando fecha de la toma y lugar.

11. Junto con las obras se entregará un sobre en cuyo frente aparecerá el seudónimo elegido y el nombre del concurso "Basta solo un gesto de cuidado". Dentro del sobre deberá estar la ficha de inscripción completa con los datos del autor: seudónimo, nombre y apellido, edad, documento de identidad, domicilio, teléfono, correo electrónico, ocupación, título de las obras presentadas y la autorización para exponer y publicar las fotografías, según consta en el punto 5.

12. PREMIOS: Se establecen tres niveles de reconocimiento: Primer, Segundo y Tercer

Premios. Cada premio consiste en un diploma que acredita al ganador del mismo, así como a la obra que resultó premiada y ………...

13. El organizador velará por el máximo cuidado de conservación de las obras desde su recepción hasta su devolución, pero no se hace responsable por eventuales deterioros, robos, extravíos o cualquier situación que implique o derive en el perjuicio de las mismas.

14. Los trabajos, junto con la ficha de inscripción en sobre cerrado, se recibirán en persona en la… del colegio o bien en la…………….hasta las 10:30 hs del día de inicio del mismo (… de septiembre de 2010), momento en que indefectiblemente cerrará la recepción de los mismos.

15. EVALUACIÓN DE OBRAS: El jurado estará compuesto por 3 (tres) integrantes a definir, los cuales serán personas especialistas en el tema. El jurado realizará la selección de las obras entre los días … de septiembre y … de septiembre, anunciándose los trabajos ganadores durante la Celebración del día de Madre Elmina. La decisión del jurado será considerada definitiva e inapelable.

16. Las obras premiadas y no premiadas participarán de una muestra durante los días que restan del mes de septiembre en las instalaciones del Colegio. Dicha muestra podrá extenderse por un plazo mayor si la Comisión Organizadora lo considera pertinente. Una vez finalizada la muestra podrán retirarse las obras.


PLANILLA DE INSCRIPCIÓN Y PRESENTACIÓN DE OBRAS

NOMBRES Y APELLIDO......................................................................................................

DOMICILIO (calle y Nº)..........................................................................................................

TELÉFONO................................................ E-MAIL............................................................

COD. POSTAL.................. LOCALIDAD.............................. PROV.................................

NACIONALIDAD.................................. DOCUMENTO (tipo y Nº)......................................

Obra Nº Título

1.....................................................................................................................................

2.....................................................................................................................................

3.....................................................................................................................................

4.....................................................................................................................................

5.....................................................................................................................................

TOTAL DE OBRAS PRESENTADAS: Nº.................. (Letra).....................................

Por medio de la presente, declaro ser autor de las obras presentadas y autorizo a exponer y/o publicar cualquiera de ellas, según las condiciones expuestas en las bases del concurso de referencia.

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Firma Aclaración